2013-06-17

Los Jesuitas en Torrent (Ordenes Religiosas - I)


Los cerebros de la expulsión fueron Roda y Campomanes. La logística correspondió al presidente del Consejo de Castilla, el conde de Aranda.

La Compañía de Jesús fue expulsada de España a principios de abril de 1767, entre la noche del 31 de marzo y la mañana del 2 de abril. Fue una operación tan secreta, rápida y eficaz como la del extrañamiento de los moriscos en 1609, o incluso más. Aunque corrían malos tiempos para los jesuitas, acusados de instigar motines el año anterior, y eran conscientes del acoso que venían sufriendo, nadie podía presagiar lo que iba a ocurrir. Parece que se trataba de una sentencia anunciada tras la persecución de la compañía en Francia y Portugal.



La regia decisión ordenaba su inmediata salida de España y la ocupación de todos sus bienes, muebles, raíces y enseres que legítimamente poseía la Compañía de Jesús con la condición de que los beneficios que se obtuvieran en un futuro de sus ventas o arrendamientos se les aseguró una pensión vitalicia de cien pesos anuales para los sacerdotes y de noventa para los legos. 



El gobierno decidió no pasar estipendio alguno ni a los novicios ni a los estudiantes con la intención de que decidiesen dejar la Compañía y abjurar su espíritu, de modo que pudiesen permanecer en España. La Pragmática no aclara los motivos por los cuales Carlos III decidió decretar la expulsión, aunque eran posibles represalias políticas, aunque tranquilizaba a las demás ordenes religiosas y señalaba claramente cuál iba a ser el destino de los expulsos, y qué iba a ocurrir con sus bienes y temporalidades (artículos 3-12). 



En lo que respecta al patrimonio, apuntaba que todos los bienes pasarían a manos del Estado para ser dedicados a obras pías (dotación de parroquias pobres, fundación de seminarios conciliares, creación de casas de misericordia), de acuerdo con el parecer de los respectivos obispos. 



Era deseo del monarca, una vez expulsada la Compañía, borrar su memoria. Tanto fue así que para acallar la voz de los simpatizantes y eliminar todo tipo de objeción pública al decreto, el monarca fijó duros castigos que serían aplicables a cuantos mantuviesen correspondencia con los jesuitas, y a todos los que hablasen o escribiesen públicamente contra la decisión real o sobre la Compañía (a favor o en contra). 


Esta Orden religiosa contaba con nueve centros en el reino de Valencia:



la Casa profesa situada en la Capital del Turia, donde también gobernaba el Colegio de San Pablo y el Seminario de nobles; la Universidad de Gandía, su noviciado en Torrente, y cuatro colegios que se situaban en las ciudades de Alicante, Onteniente, Orihuela y Segorbe, según INMACULADA FERNÁNDEZ ARRILLAGA en EL EXTRAÑAMIENTO DE LOS JESUITAS VALENCIANOS.


El NOVICIADO que la Compañía estableció en Torrente (bajo la advocación de SAN ESTANISLAO DE KOSTKA) al parecer, era de reducidas dimensiones, y poco valor. Y nada más se sabe de su ubicación. Después de la expulsión - En consulta del Consejo extraordinario de 22 de marzo 1769 se indicaba que debía procederse a la venta o alquiler del noviciado, pues era un edificio pequeño, que no destacaba materialmente, para obtener unos beneficios económicos que contribuirían a las arcas de las que se había propuesto el monarca, previa declaración obispal de edificio profano.




En aquellos tiempos, la Compañía de Jesús poseía una serie de propiedades rústicas, que en la zona valenciana, sumaban un total de 604 fanegadas de tierra huerta, repartidas entre los términos municipales de Alberique Algemesí, Alginet, Benaguacil, Carcagente, Corbera, Godella, Moncada, Riola, Sagunto, Silla, Torrente y Valencia. Además de 1073 fanegadas de secano distribuidas entre Alberique, Alcira, Alginet, Corbera, Quart de Poblet, Chiva, Godella, Moncada, Picaña, Sagunto y Torrente.

El Rey, que actuó sin contar con el permiso de Clemente XIII, tuvo la delicadeza de avisar al pontífice de la decisión tomada, aunque inmediatamente después de ejecutarla, y cuidándose de indicarle que los exiliaba a los Estados Pontificios. Tampoco lo sabían los jesuitas, que embarcaron desde Salou. El Papa que respondió diplomáticamente, fue poco piadoso ante quienes habían sido durante siglos sus más acérrimos defensores y cuando supo que los expulsos iban a los Estados Pontificios contestó con dureza a Carlos III mediante una bula, diciendo que no los iba a recibir en sus territorios, siendo que cuando los expulsos llegaron a Civitavecchia, esperando ser recibidos con los brazos abiertos, vieron cómo eran recibidos por los cañones del Papa, negándoles la entrada. Sufirendo nuemerosas vicisitudes hasta ser aceptados varios meses después en Córcega, de donde también tuvieron que salir.

El Papa arguyó argumentos razonables, pero de corte materialista: los Estados Pontificios atravesaban momentos de aguda carestía, y no podían soportar la presencia de los jesuitas. Temía alteraciones de orden público. El Papa también estaba harto de los jesuitas portugueses y franceses que malvivían a expensas del erario pontificio. A la muerte de Clemente XIII le sucedió Clemente XIV, un declarado antijesuita. El nuevo pontífice firmó la extinción canónica de la Compañía de Jesús.


Las medidas pragmáticas se llevaron con tal secretismo que no llegó a filtrarse ni un solo rumor de las altas jerarquías al pueblo, a fin de impedir que los jesuitas pudiesen huir, enajenar sus bienes, o deshacerse de sus archivos y de sus papeles comprometedores, puesto que las órdenes reales incluían la confiscación de los bienes, lo que se conoce como las «temporalidades» de la Compañía. En general, ninguno pudo llevarse al exilio ningún tipo de papel o libro, exceptuando sus breviarios. Al amanecer del 2 de abril en toda España, y la noche anterior en Madrid, las instrucciones de los comisionados, preveían con detalle todas las medidas que habían de adoptar para acometer con éxito el desalojo. Y según dichas directrices pasaron a la acción. Todas las casas jesuitas fueron clausuradas y sus miembros incomunicados, la operación fue perfecta. 

  • En el mes de octubre de 1767 los jesuitas valencianos supieron que habían desembarcado en Ajaccio ocho jóvenes pertenecientes al noviciado de Torrente. Los jesuitas valoraban muchísimo la entrega de estos novicios, que les seguían al destierro a pesar de no haber sido expresamente expulsados, ya que la Pragmática les dejaba libertad de elegir quedarse en España o salir hacia el exilio sin ningún tipo de ayuda económica, es decir, teniendo que mantenerse de limosnas o de las ayudas que les proporcionasen los miembros de sus respectivas provincias, a costa de la pensión que había asignada de modo personal a cada expulso. Estos ocho jóvenes habían zarpado de Cartagena con los jesuitas procuradores que antes de salir de España debían preparar las cuentas para que la Junta de Temporalidades administrara en el futuro esos bienes. 
  • Los diez miembros del noviciado de Torrente eran: Miguel Alegría, Rafael Eisarch, Vicente Felip, Vicente Galiana, Francisco Juan, Jacinto Llor, Vicente Miralles, Mariano Rodríguez, Francisco Teuller y José Valldejulí. 

Cuando se restableció la Compañía de Jesús bajo mandato de Fernando VII,  el 3 de mayo de 1816, -previa bula "Solicitudo omnium Ecclesiarum" del Papa Pío VII, de 7 de agosto de 1814- , con la "junta de restablecimiento", se permitía la vuelta de los jesuitas a sus dominios "con devolución de las Casas, Colegios, Iglesias, Hospicios, Residencias, bienes y rentas que ocupasen al tiempo de la expulsión y se hallaren existentes...." exceptuando las fincas, bienes y efectos vendidos o de cualquier modo enagenados ... y los donados o aplicados a objetos y establecimientos públicos que no puedan separarse de ellos".
A los cinco años del restablecimiento de la Compañía en España sobrevino la sublevación del comandante Rafael del Riego, en Cabezas de San Juan (1 de enero de 1820), que dio paso al trienio constitucionalista. El 17 de agosto las Cortes resuelven la extinción de la Compañía de Jesús en España y el Rey lo comunica al Papa Pío VII. Los Estados europeos se alarmaron por la situación en España y por acuerdo de noviembre de 1822 en el Congreso de Verona, entró en la península el Duque de Angulema con los "cien mil hijos de San Luis". Fernando VII fue liberado de Cádiz, y ya desde El Puerto de Santa María anuló todos los actos del gobierno liberal, con lo que quedó restablecida de nuevo la Compañía.

Fuentes: cervantesvirtual.com ;Carlos Alberto Martínez Tornero: La Administración de las Temporalidades de la Compañía de Jesús.; INMACULADA FERNÁNDEZ ARRILLAGA: EL EXTRAÑAMIENTO DE LOS JESUITAS VALENCIANOS